Ramón Piñeiro, sabiduría y bondad
No admiré a nadie como a Ramón Piñeiro. Sé que es un sentimiento compartido por cuantos lo conocimos de verdad, nos nutrimos de su sabiduría y aprendimos de su bondad.
Piñeiro hablaba con la boca, con las manos y con aquellos ojos, en otro tiempo ciegos, que se agrandaban exageradamente detrás de los lentes deformantes. En treinta dibujos y pinturas intenté apresar un ápice de su inmensa personalidad.