A los tres años, al irme a la cama, sabía que, en cuanto me despertara, mi madre me llevaría el desayuno y después lápices de colores y papeles para que los llenase de borrones y garabatos, mientras ella hacía las labores domésticas. Desde entonces no he dejado de dibujar.
A los diez, once, doce años, dibujaba mujeres bellísimas en cueros y se las regalaba a mis amigos; a los catorce hacía retratos de mis amigas; a los dieciocho descubrí que podía hacer caricatura; a los veinte conocí las “Cousas da vida”, de Castelao, y empecé a hacer dibujo de humor; a los veinticinco descubrí a Pascin, que me mostró un camino nuevo, de lo más sugerente. Hasta entonces me había sentido atraído por la línea pura, pero, con Pascin como maestro, empecé a romper y duplicar o triplicar los trazos, a descubrir la belleza de lo imperfecto, a dibujar con pincel, a experimentar con papeles y catones de distinta textura, a combinar líneas y manchas…
Estudioso de grandes dibujantes
No asistí a ninguna escuela de bellas artes, ni tuve un profesor que me enseñase, pero de ninguna manera soy autodidacta, porque no dejé de estudiar a los grandes dibujantes que fui descubriendo en mi apasionante itinerancia por la historia del arte. Reconozco incontables maestros, desde Rembrandt y Goya hasta Matisse y Picasso, pasando por los gallegos Maside, Seoane y Díaz Pardo. Eso explica la variedad formal de mis dibujos, con técnicas y estilos muy distintos, que responden a los géneros o temas tratados y, sobre todo, a la intuición o inspiración de cada momento.
Me sentía tan seguro con la tinta, la plumilla y el pincel, que durante años renuncié a entrar en el mundo del color. Hasta que un día sentí la necesidad de hacerlo, y lo hice con cautela y temor. Empecé a construir imágenes pictóricas con lápices de colores, y después con pasteles y ceras. Cuando me convencí de que también en la plástica podía ser bilingüe, me atreví con las témperas y el óleo. Me encantaron las témperas, pero el óleo… ¡Oh, el óleo! Hasta el olor me seduce.
Y al pintar vi la pintura con otros ojos, y entendí mejor la obra de los grandes artistas y la evolución del arte. Pero también comprendí que no existe un estilo exclusivo para mí. Determinados temas me sugieren una interpretación “impresionista”, y cuando lo termino me doy cuenta de que “veo” otra versión “expresionista”, igualmente atractiva. Un determinado modelo me sugiere inicialmente un tipo de retrato, pero, mientras trabajo en él, ansío terminarlo para hacer otro completamente diferente. Por eso hice exposiciones dedicadas a a Picasso, Valle Inclán y Ramón Piñeiro, jugando con sus rostros y sus fisonomías, en obras tan distintas que parecen de otros tantos autores.
Sé que esto no es comercial, pero, aunque suene a tópico, siempre he dibujado y pintado para mí.