El nuevo Hockney aun más grande

Después de visitar en el museo Guggenheim la exposición Una visión más amplia, de David Hockney, sigo sin saber si el Hockney pintor alcanzó el altísimo nivel del Hockney dibujante, pero me ratifico en la opinión de que se trata del artista vivo más importante o, al menos, el que a mí más me interesa. Recorrer la segunda planta del Guggenheim para ver cómo la pintura de paisaje pasó de ser una anécdota en su obra a convertirse, durante los últimos cuatro años en parte principalísima de la misma, es una oportunidad espléndida para comprobar que su talento y su vitalidad son inagotables. Y sobre esto quiero hacer dos observaciones.

La primera es que Hockney suele repetir un adagio chino, según el cual, para pintar bien, hacen falta tres cosas: ojo, mano y corazón. Dos no son suficientes. Creo que quien posea ojo, mano y corazón podrá pintar bien; pero no como Hockney. Para pintar como Hockney es preciso, además, enorme talento. A lo que yo llamo “talento”, él llama “intuición”; por eso dice que las cosas le salen bien cuando se deja llevar por el instinto, y que muchas de sus mejores obras las ha pintado de prisa.

La segunda observación es para matizar otra de sus afirmaciones; la de que la pintura es un arte de viejos. Sí, claro, pintar lo que yo pinto y cómo lo pinto, puedo hacerlo a mis años, con un pie o los dos metidos en el umbral de la vejez; pero pintar lo que él está pintando con 75 años de edad, en los campos de East Yorkshire, al norte de Inglaterra, soportando el frío, la humedad y el viento, ante unos lienzos gigantescos, es obra de titanes. Por eso, además de las cualidades citadas, para pintar como Hockney hace falta la fortaleza física de la juventud, que el conserva. Y añadiré que para romper con todo lo hecho anteriormente y empezar de cero, a su edad, con una experiencia nueva, en la que incluso tuvo que adquirir una técnica y un ofcio que no tenía, tampoco es suficiente con conservar la juventud biológica, sino también la juventud mental que él posee.

Porque la exposición en el Guggenheim nos dá a conocer un David Hockney completamente distinto al que nos admiró con su virtuosismo, su curiosidad y su osadía a lo largo de cincuenta años. En el extraordinario vídeo de la exposición, el productor y director Bruno Wollheim, dice: -He emprendido un viaje de tres años con David Hockney para “rascar el oropel” de este artista, ahora que se acerca al término de su brillante carrera y va en busca del gran final. Me parece una introducción afortunada porque cuando Hockney decidió dejar la casa y el sol de California para volver a Bridlington, a la casa donde la madre vivió sus últimos años, y pintar en Yorkshire aquellos campos en los que había trabajado como jornalero agrícola durante los veranos de la primera juventud, era consciente de que eso suponía desprenderse del oropel del pasado para realizar su apoteosis final como pintor. Durante cuatro años Hockney pintó al aire libre, con guantes, gorros, bufandas y ropas especiales para soportar el frío; algo totalmente nuevo para él. ¿Por qué lo hace?

Sin duda, por razones afectivas, porque pintar los paisajes de Yorkshire le permite volver a la infancia; porque aquellos paisajes lo vinculan a los seres queridos, algunos ya fallecidos; pero ¿por qué tan enorme esfuerzo?

En 1997, cuando iba a visitar a su amigo Jonathan Silver, gravemente enfermo, Hockney pintó en el estudio y de memoria las vistas que observaba por el camino; pero en esta nueva etapa, basada en la observación real, trabaja con la disciplina y el rigor del estudiante que se inicia en el conocimiento del arte. Empezó recogiendo en cuadernos los dibujos de plantas, hojas y hierbas, para aprender a verlas entre la maraña; después, durante tres años, practicó la acuarela –una técnica que hasta entonces le había interesado poco- y realizó numerosas pinturas de mediano formato, al natural, desde el interior del coche; y por fin se enfrentó al paisaje con el óleo. Hockney no pinta como los impresionistas, pero, igual que ellos, intenta recoger en sus lienzos las distintas horas del día y los cambios atmosféricos más sutiles. Hoy reconoce que ha aprendido muchísimo observando la naturaleza y tratando de representarla.

A Hockney le interesa lo que los chinos llaman “perspectiva móvil”, la que percibimos según nos movemos o movemos los ojos; y eso le creó la necesidad de pintar cuadros más grandes, con seis lienzos, para que el espectador se sienta dentro del paisaje. En el 2007 hizo para la exposición de verano de la Royal Academy of Arts el cuadro titulado Árboles más grandes cerca de Warter, de 55 metros cuadrados, formado por 55 lienzos. Fue una proeza técnica, no sólo porque lo hizo en dos semanas, sino porque no pudo ver el cuadro en su conjunto hasta que estuvo instalado en la Royal Academy. Hockney, que es hombre de fino y agudo humor, comentó: -Este cuadro es digno de las obras de la Royal Academy. Da la talla. Ingenioso comentario, sin duda, pero la pregunta sigue en el aire: ¿Por qué tanta temeridad y tanto empeño?

En mi opinión, David Hockney está dándonos el testimonio de lo que para él es la pintura. Creo que no le gusta el momento presente del arte y que su mejor forma de decirlo es con esta extraordinaria obra. Cuando estudiaba Bellas Artes en Londres algunos compañeros se burlaban de su acento aldeano, pero él, en vez de enfadarse, se divertía. Miraba los dibujos que aquellos chicos hacían, y pensaba: -Si yo dibujase como tú, por muy buen acento que tuviese me quedaría calladito. Hockney es un hombre elegante y no mandará callar a nadie, pero imparte esta gran lección, cargada de acento para quien quiera aprenderla. En la presentación del gran lienzo Árboles más grandes cerca de Warter, el pintor Michael Craig-Martin comentó: -Cuando haces algo de tal escala es un ejercicio de poder y dominación. Es una forma de aplastar al resto de las obras y de los artistas. Es un arte que dice: “Yo soy el rey”. Después, alguien del público hizo a Hockney la misma pregunta que yo vengo repitiendo en este texto: -“¿Por qué?” . Hockney sonrió y respondió: -“Porque es posible. Por eso los perros se lamen las pelotas. Porque pueden. Por eso”.

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