Hace 45 años descubrí a Jules Pascin, un dibujante búlgaro, hijo de un judío sefardita y de una serbo- italiana, que vivió la bohemia en París en los años de la Belle Epoque. Dotado de una habilidad poco común, dibujaba y pintaba acuarelas y pasteles a velocidad vertiginosa, consiguiendo aciertos imposibles en un trabajo demorado. Fue el dibujante que más me interesó durante años y del que más aprendí. Sigo admirándolo igual o más que cuando intentaba aprehender la esencia de sus trazos, y aun ahora, de cuando en cuando, le hago algún retrato al gouache a partir de una foto grande, que conseguí no sé cuándo, ni cómo.
Estos dibujos los hice a partir de las fotos que aparecen en un catálogo el día que David Pintor me regaló una pluma de dibujo Pilot, que entonces no se vendía en España.