Cuando hace cuarenta años descubrí la obra de David Hockney en un libro que recogía sus dibujos de adolescente, tan audaces como divertidos, y los que, ya en plenitud creativa, hizo de sus padres y amigos con lápices de colores, supe que ningún artista vivo iba a interesarme tanto como este inglés, siete años mayor que yo. Viendo, una y otra vez, aquellos espléndidos retratos -entre los que figura el que le hizo a Andy Warhol, verdaderamente insuperable-, pensé, como amante del Arte y como gallego, que David Hockney se había ganado ya un puesto en la Santa Compaña de artistas inmortales. Desde entonces procuré seguirlo a través de cuantos catálogos y libros pude conseguir, y mi admiración por él fue creciendo al constatar su búsqueda permanente de nuevas experiencias, siempre con resultados excelentes. Hace años, algunos críticos lo discutieron como pintor, pero no me parece que estuviesen acertados. Yo no sé si a estas alturas el Hockney pintor habrá igualado al dibujante; pero algo que nadie podrá negarle es que, como dibujante, como pintor, como cartelista y como escenógrafo; sea cual sea el tema que trate y la técnica que utilice, Hockney nos sorprende siempre con una obra que va un paso por delante de todo cuanto habíamos visto. Y además de exquisito gusto, y realizada de verdad; sin trampas, ni artificios de ningún tipo.
Nadie apreció la más mínima influencia de David Hockney en mi obra de dibujante, y sin embargo la hay; y mucha. Cuando tuve que ilustrar para Hércules de Ediciones los dos tomos de Antropología Gallega, me encontré ante una tarea tan amplia como compleja, y pasé bastante tiempo pensando en cómo hacer tantos y tan distintos dibujos con un estilo unitario. Recurrí a Hockney, y pasé muchas horas mirando sus dibujos y pinturas de los primeros catálogos; me nutrí de sus líneas, formas y composiciones. Después los cerré y no volví a mirarlos. Tenía la lección aprendida y pude enfrentarme a la tarea.
David Hockney está en el Guggenheim para mostrar doscientos paisajes pintados entre los años 1950 y 2000. Tengo la impresión de que los medios de comunicación españoles no están dando la importancia que deberían al evento, quizá porque no son conscientes de lo que este artista supone en el arte contemporáneo. Y sin embargo, yo estoy convencido de que entre los muchos ingleses que vinieron a Bilbao por ver la ría y el mar o por cualquier otro motivo, ninguno mereció nuestra atención como David Hockney.
Por eso me voy a permitir hacerle, desde hoy y en días sucesivos, mi homenaje particular, retratando a quien es retratista incomparable. He ahí la primera entrega.
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Bos dias.Non coñecia a este inglés Graciñas por ampliar muña cultura. A partir dagora navegarei no internet buscando mais datos
¡parabéns profesor Siro! só un xenio pode facelo en outro xenio, un abrazo
Estos días leí en la web de El País un reportaje titulado «La exposición del verano». Para mi sorpresa no trataba sobre la exposición de Hockney, sino sobre la de Hopper en Madrid. Yo, que he tenido la oportunidad de ver las dos, puedo decir que la exposición de Hockney es la que realmente merece la pena. Gracias Siro por recomendármela. Un abrazo