Leopoldo Calvo Sotelo fue un presidente culto, políglota, conocedor de Europa y de vocación europeísta. También, pese al rostro inexpresivo y arrogante, fue hombre de un humor satírico, presente en sus memorias. Reconoce en ellas la ingenuidad de los primeros Gobiernos de la Monarquía, en los que él estuviera, convencidos de que Europa acogería con los brazos abiertos la España descarriada que volvía a la democracia: “Naturalmente no fue así; la comunidad internacional, que es todo menos evangélica, después de quemar un incienso retórico en honor de la nueva democracia española, mostraría pronto el rostro feo de los intereses y de los egoísmos nacionales”.
Esa misma ingenuidad era la de la oposición, que llegó a exigir en compensación a nuestra adhesión a la OTAN la devolución de Gibraltar. Calvo Sotelo describe la situación real: “En la OTAN y en la CE pesaba más la incomodidad del ajuste necesario para hacernos un hueco que la ventaja de ampliar, con nuestra presencia, el recinto común”.
A la puerta del Mercado Común había llamado Suárez en 1977, a la de la OTAN Calvo Sotelo en 1981. El PSOE hizo campaña con el eslogan “OTAN, de entrada no”, pero la historia quiso que fuese el Gobierno de Felipe González el que traspasara ambas.